martes, 22 de marzo de 2011

Relato Kafkiano

Me sentía raro, cómo si un terremoto hubiera pasado por mi cabeza de vacaciones. Era de madrugada y me sentía un poco mareado, a su causa, fui al baño a lavarme la cara. Encendí la luz, ya que cómo a todo ser humano no podía ver en la oscuridad. El interruptor se encontraba en el otro lado del baño (si, si, ya lo se, que absurdo, ¿no?, pero era lo que había). Me adentré en el oscuro recinto para volverlo luminoso. Y no creáis que fue fácil, pero al final lo conseguí. Cuando por fin veía dónde se encontraba cada cosa, abrí el grifo para que el agua saliera. Apagué la luz. Me volví a meter en la cama.

A la mañana siguiente me encontraba mejor, ya no me sentía raro, sino todo lo contrario.

Mi madre entró por la puerta de la cocina (¿por dónde sino podría entrar?). Se dirigió hacia la encimera, ya que allí se encontraba el cuchillo de pelar (teníamos patatas fritas para comer).

El otro miembro de la familia, mi hermano, se sentó a mi lado sin saludar ni mostrar ningún signo de estar despierto. Un cuchillo le atravesó la nuca. Un reguero de sangre cubrió las tostadas, parecía mermelada. Se incorporó con la cabeza colgando, cogió la tostada y la adentró en la boca. La mermelada se mezclaba con la sangre y salía al exterior cayendo en la otra tostada, se la comió. No sabía qué hacer ante esa visión.

Permaneció todo el día con la cabeza colgando.

Me sentía raro, cómo si un terremoto hubiera pasado por mi cabeza de vacaciones. Era de madrugada y me sentía un poco mareado, a su causa, fui al baño a lavarme la cara.

Cuando me levanté vi una luz. Abrí la puerta de la cual provenía. Era la cocina. Un cuerpo yacía mutilado sobre la mesa, era mi padre. Todo estaba lleno de sangre. Mi madre entró, cogió unos cuantos papeles de cocina y limpió la sangre. La observé durante toda la noche, hay plantado, viendo cómo limpiaba, sin poder reaccionar.

El Sol salió. Todos estaban desayunando con el pijama puesto. Yo no desayuné, sino que vomité. Me fui al colegio.

Volví a casa. Me encontraba cansado y no me tenía en pie. Me acosté.

Me levanté de madrugada. Tenía sed. Encendí la luz del pasillo. Las paredes estaban llenas de sangre. No podía contener el vómito. Fui corriendo al baño. Encendí la luz. Vomité. Apague la luz. Al volver a la habitación me encontré a toda mi familia puesta de rodillas sobre el suelo, y a un verdugo con un hacha sobre sus cabezas.

El tiempo se ralentizó, las gotas de sudor se veían suspendidas en el aire. Un haz de luz de luna se adentró en la habitación, se reflejó en el hacha haciendo que me deslumbrara. El verdugo impulsó el hacha contra sus cuellos. Fue el tiempo más largo de mi vida. Fueron minutos, horas, días, yo no me podía mover. Veía mi impotencia reflejada en ese hacha. Movía un músculo, el hacha cada vez se acercaba aún más a sus cuellos. ¿Qué podía hacer? Quería llegar, pero me resultaba imposible. Cada vez estaba más cerca de sus cuellos. El hacha los atravesó. El tiempo volvió en si. Las cabezas se despegaron del cuello con brutalidad. Se alzaron en el aire y fueron a parar hasta mis pies. Se pusieron a llorar, las lágrimas se mezclaban con la sangre. Lloré.

El tiempo se volvió a ralentizar. El verdugo se quedó quieto, como sin vida. Corrí con todas mis fuerzas hacia él. Le agarré de la camiseta, cogí el hacha y se la clavé en el pecho. El hacha le atravesó. Aire y sangre salió de él. Dejó de respirar y le quité la máscara.

Me eché hacia atrás como un rayo. Me froté los ojos, los volví a abrir, miré al verdugo a la cara. Era yo. ¡Yo era el verdugo! Esa posibilidad no la había pensado, no podía aguantar más.

Abrí la puerta del piso con rapidez. Llegué a las escaleras y subí, subí. Me dirigía hacia la azotea. Estaba dispuesto a morir. Ya no soportaba más mi vida. No podía seguir sufriendo de esa forma. Me avalalancé al vacío desde la azotea. Al contactar con el suelo se oyó un "crujc". Mi cuello se dobló de una forma muy extraña, al mismo momento en el que mis huesos se resquebrajaban y salían de mí en forma de blancas astillas.


Me desperté en un hospital. No lo podía entender. ¿Era o no era un sueño? ¿Era la realidad? ¿No había muerto? ¿Era real lo que vi? Ya no sabía lo que pensar.

Vino una doctora y habló con mi familia. Logré oír toda la conversación.
"Tras todos lo esfuerzos que hemos realizado no hemos podido hacer nada. Lo siento mucho, pero no hemos podido hacer nada. Su hijo ha muerto". Mi madre se puso a llorar y a llorar.

¡¿Qué?! ¡¿He muerto?! ¿En serio? Me levanté de la camilla y fui a hablar con mi madre para que viera que no estaba muerto. La toqué el hombro. Se dio la vuelta.

- Mamá, estoy aquí. ¿No me ves?-. estaba esperando una respuesta.

- ¿Te has perdido? ¿Dónde está tu madre?

- Tú eres mi madre.

Una lágrimas salieron de sus ojos.- Mi hijo acaba de morir. Se ha tirado desde la azotea y se ha partido todos los huesos.

- ¡Qué no, que estoy aquí!-. la empecé a golpear para que me pudiera ver como a su hijo. Yo era su hijo. Se había olvidado de mí. Grité desesperado. Quería que me reconociera. Sentía impotencia. Se había olvidado de su hijo. ¡Dios! ¡Joder! ¿Cómo era posible?

Levantó la bolsa que llevaba en la mano derecha. La abrió, y cogió algo. Mediante la iba sacando fui reconociendo aquel objeto. Primero identifiqué unos pelos, luego piel, después ojos, al final una boca. Vi todo en conjunto. Era mi cabeza... ¡Mi cabeza!- ¡Tú no eres mi hijo, mi hijo ha muerto en este hospital, se ha tirado desde la azotea! ¡Mira esto!-. me acercó la mi cabeza a mi cabeza.

(Yo no me he tirado desde la azotea de este hospital, sino desde la azotea del edificio en cual se encuentra mi casa. ¿No?)

Mi padre y mi hermano llegaron alarmados por los gritos. Me dirigí hacia ellos, con la esperanza de que me reconocieran. Me acerqué a ellos. Abrí la boca para hablar. Ellos pasaron de largo. No me reconocieron.

Esto que estaba pasando era imposible. No tenía cabida en lo racional. No era lo que tenía en mente. No era mi vida. No era yo. Yo estaba muerto. Me había suicidado. Creía que me había suicidado. No lo aguanté.

Subí las escaleras del hospital. Abría la puerta de la azotea. Iba descalzo y todo estaba lleno de piedras. Se me iban clavando en las plantas de los pies. Pero no me detuve. Corrí y corrí. Llegué al bordillo y salté. Oí una voz llamarme. Me giré mientras caía. Oí a alguien llamarme. Me dí la vuelta. Eran mis padres. ¿Qué extraño? Pero ya no podía parar. No podía volver a mirar atrás. Las consecuencias de mis actos eran este desenlace final. Caí. Fue cómo una liberación. Sentía el viento en mi cara. Pero al instante lo que sentí en mi cara fue cómo se rompiera el millones de trozos al impactar contra el suelo.

Cerré los ojos.


"No lo entiendo. ¿Por qué te importa que estén vivos o muertos? De todos modos qué te importa que hayan muerto, si van a morir irremediablemente. ¿Qué tiene de malo que hayan muerto antes que tú? Antes de venir, deberían haber previsto las consecuencias. Si no estaban preparados para afrontar todo esto, la culpa es tan solo de su estupidez. Vuelve a la realidad y hazles ver lo real. Vive o muere."


Me sentía raro, cómo si un terremoto hubiera pasado por mi cabeza de vacaciones. Era de madrugada y me sentía un poco mareado, a su causa, fui al baño a lavarme la cara. Encendí la luz, ya que cómo a todo ser humano no podía ver en la oscuridad. El interruptor se encontraba en el otro lado del baño (si, si, ya lo se, que absurdo, ¿no?, pero era lo que había). Me adentré en el oscuro recinto para volverlo luminoso. Y no creáis que fue fácil, pero al final lo conseguí. Cuando por fin veía dónde se encontraba cada cosa, abrí el grifo para que el agua saliera. Me volví a meter en la cama…

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